El último dí­a by Glenn Kleier

El último dí­a by Glenn Kleier

autor:Glenn Kleier
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
publicado: 1997-12-31T23:00:00+00:00


LA PARÁBOLA DEL NIÑO ILEGÍTIMO

Y los líderes que se oponían a ella se acercaron a Jeza para hacerla caer en la trampa, desacreditarla y dañarla a los ojos de sus seguidores diciendo:

«Dinos, ¿cuál es la voluntad de Dios si una mujer toma la vida de su hijo no nacido?»

Y Jeza les contestó:

«Mirad, una madre con tres hijos pequeños salió sola de su casa y fue abordada por un hombre malvado a quien no conocía. Él la tomó a la fuerza y yació con ella en contra de su voluntad.

»Ahora bien, el hombre fue arrestado y castigado pero la mujer concibió un hijo. Y su marido, airado y humillado, le advirtió: “Esposa, debes deshacerte de ese niño porque no lleva la semilla de tu marido, sino la de la maldad y la suciedad. ”

»Pero la mujer se negó y su esposo la repudió a ella y a sus hijos y los abandonó. Al cumplir el tiempo, la mujer dio a luz una niña y la educó con amor y cariño como si fuera de buena concepción.

»Sucedió que en la vejez, la mujer cayó enferma. Y sus tres primeros hijos pelearon entre ellos diciendo: “¿Quién de nosotros cuidará a nuestra madre? Nosotros tenemos nuestra propia familia y muchas obligaciones.”

»Pero la hija ilegítima les replicó: “¿No cuidó nuestra madre de nosotros cuando estábamos indefensos? ¿Y no se sacrificó por nosotros para que tuviéramos una vida digna? Por tanto, debemos cuidarla ahora como ella nos cuidó en el pasado."

»Sin embargo, los otros hijos no quisieron hacerlo y, al igual que su padre, se marcharon y no ayudaron a su madre. Y entonces la hija menor acudió con su madre y la cuidó y la amó y fue una fuente de consuelo y alegría en la vejez de su madre.

»0s pregunto ahora, ¿quién fue la verdadera y bendita hija?» Pero ellos no quisieron contestar y Jeza dijo: «¿Entonces estáis de acuerdo en que está mal quitarle la vida a un hijo no nacido?»

Ella les respondió diciendo:

«La mujer tiene que decidir y el hombre no debe juzgar. Sólo la mujer, y ella sola, en lo más profundo de su corazón puede saber cuál es el buen camino. Y yo os digo, el bien puede venir del mal y el mal del bien. Por tanto elegid el camino como si conocierais la voluntad de Dios porque la voluntad de Dios está en vosotros (Apoteosis 24,41-58).»

Di Concerci se sintió humillado. Jeza había sido capaz de proyectar una convincente imagen mesiánica al utilizar proverbios y una terminología arcaica. Era ese comportamiento cuidadosamente cultivado el que lo desafiaba, no su lógica. Su eminencia no estaba acostumbrado a dejarse convencer con argumentos teológicos y mucho menos provenientes de una mujer, que era tres veces menor que él. Se negó a ceder.

—Quizá correríamos menos riesgos de malinterpretarte, profetisa, si nos hablaras en inglés moderno y no con frases bíblicas. —El disciplinado Di Concerci no pudo ocultar cierta irritación en su voz—. ¿Serías tan amable de ilustramos sobre otro tema preocupante? —Arqueó ligeramente



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